viernes, 28 de diciembre de 2012
La flecha en la cascada
No salí de mi cama de arena, sigo en el desierto, secándome bajo el murmuro estelar. El mundo no se hace más grande por mis descubrimientos, mis estrofas no son más que cosquilleos en el abismo. Y el abismo nunca se fue de acá. La temporal existencia de mi cuarto es el templo que lo idolatra. Y yo soy la estatua de sangre que la complace con el calor de mi conciencia. Mi vértigo me hace saltar sin darme cuenta. Voy saltando con estos zapatos de plomo que aún conservo, mis creencias, mis apegos, mis sabores lunares. Se convierte en una danza para los ojos de relojes derretidos que me miran como soles encantados. Hay un arpa sonando pegada a la ventana, es el batir de las alas del profeta enamorado de su canción. El tiene un plan, y es enamorarme a mi también. Pero ¿cuál es mi música?, ¿cuál es el color de mis flores?, ¿cuál es la textura de mis frutos? ¿cuán pulida está la intención? La duda es sólo un cambio en la velocidad, es el freno en el abrazo confiado al abismo. Y todas esas preguntas que como plumas divagaban, no tienen más que convertirse en flechas que sigan la dirección de la cascada. Y yo sigo allí también. Y no me busco más. Algo me encontrará.
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