jueves, 17 de noviembre de 2011

Autor del terrón de azúcar


En la demanda inconsciente de no poder cambiar, de no poder elegir en plenitud  a las vibraciones que yo considere apropiadas para ese momento.
El autoritarismo de un yo que no se rehúsa a abandonarme. pero que no evita cuestionarse su función todo el tiempo.Está rígido, y seguro de que va quedarse, resistiendo las presiones de lo novedoso, acusándolas de desestructurante y peligoroso para la estabilidad.
 Tiene razón... y su lógica me la frota por las narices, adaptándome a sus mandatos, seduciéndome con promesas de placer mundano, entretenedor, hipnótico; para no sentir el olor a podrido de las viejas ideas. Es su ideología de supervivencia... y yo soy tan permeable a las ideologías... No creo merecer cuestionarlas. Me basta con que me pongan su dolor al frente y me digan que lo que idealizan, lo necesitan para sentirse mejor, afianzar sus vidas en la esfera bélica.
 No tengo interés en polarizar mi identidad a tal punto de no poder ver al otro. Aunque a veces me poseo por el odio, me poseo y quiero que aquel que habla trague sus palabras como cuchillas que se clavan en cada contracción esofágica.
 A veces no puedo negar que la prosperidad en la existencia del otro me fastidia y me envenena.
 Como si mis propias ideas fueran bombardeadas, y su castillo se desmoronara junto a los gritos que intentan hacer reinar su razón solo por elevar su voz, por confiarle rigurosidad a la vibración de un sonido.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Vampireza muerta


Quedaron muchas cosas sobre la mesa cuando la gracia se fue. Estuve días pensando que hacer con todos esos retratos, cántaros de nostalgia. Navegué largos cauces de negación por lo perdido, inhalando las esencias que esos objetos huérfanos le lamentan al aire. Conocí íntimamente a los hilanderos de mis frustraciones. Padecí escuchándolos, rocé locuras silenciosas, obsesivas en  su perversa sutiliza de autoconservación. Expandí a mis infiernos hasta que no quedaron más cielos. El aroma que de las flores surgía como fuerza de su vitalidad, se convirtió en la pestilencia de la que hablaron sus restos. Pero nunca dejé de observar, nunca pensé en abandonar la alcoba de la contemplación dramática, nunca dejé de deleitarme en lo efusivo de cada escena. Y en esa voluntad de pertenecerle a las circunstancias, llegue a convertirme en el mago que  puede alquimizarle el sentido a los elementos que el destino le pone en su mesa. Arrojé mis antiguos ropajes, me hipnoticé con los símbolos que habitan en los colores de mis nuevas vestimentas. Jugué hasta perder el eslabón que representa a la conciencia,  la encargada de la eterna condena a la percepción de lo conocido, de lo estimable hasta el hastío. Las antenas que erguía mi antigua prevención afectiva, sumaron el talento de la receptividad para escuchar a las ansias de dirección que susurra la nueva vida. Y yo sé que no puedo quedarme sola otra vez. Ignorando las voces de los que me acompañan, forzando sus deseos a la realización de los míos, perdiendo velocidad por el rozamiento de sus  negaciones. Esta vez tengo que ir tan lejos, que tengo que ir acompañada por la complicidad de mis sombras. Mi corazón orquesta con sus latidos a esta naciente opera, encuentro de agudos y graves, se adueña de la distancia que los separa, les quema sus kilómetros en una continua resonancia, lluvia de espejos con distintos reflejos.
Entre tanta inspiración mi mesa ya no es el muro de los lamentos con los cuales atraigo a la culpa, vampireza de la virtud que trae la insurrección de los modernos ciclos. Ahora lo que era el preludio de mis peores pesadillas, se convirtió en el laboratorio de ensueño dirigido. Mi campo de acción preferido, la hoguera de los miedos que no se animan a esculpir sus colinas. Ahora voy a quedarme en el pico de esas montañas, dentro de sus sombreros de nieve. Me voy a helar hasta congelar la sangre, hasta asustar al corazón. Voy a llamar a la muerte hasta conocerle la cara. Voy a tentar su aparición hasta agobiarla, hasta que crea que soy digna de indiferencia. Allí, en ese momento fuera de lo establecido por mi cordura más tirana, voy a conjugarme con ella, voy a perder  la sobrevaloración de mi muerte. Voy a liberarme de lo límites de la carne temerosa. Voy ajustarme a otra ley, para volver a romper, y reencontrarme con la nueva función de alguna vieja herramienta de mis pulsiones.