En la
demanda inconsciente de no poder cambiar, de no poder elegir en plenitud a las vibraciones que yo considere apropiadas
para ese momento.
El
autoritarismo de un yo que no se rehúsa a abandonarme. pero que no evita
cuestionarse su función todo el tiempo.Está
rígido, y seguro de que va quedarse, resistiendo las presiones de lo novedoso,
acusándolas de desestructurante y peligoroso para la estabilidad.
Tiene razón... y su lógica me la frota por las
narices, adaptándome a sus mandatos, seduciéndome con promesas de placer
mundano, entretenedor, hipnótico; para no sentir el olor a podrido de las
viejas ideas. Es su ideología de supervivencia... y yo soy tan
permeable a las ideologías... No creo merecer cuestionarlas. Me basta con que me pongan su dolor al frente
y me digan que lo que idealizan, lo necesitan para sentirse mejor, afianzar sus
vidas en la esfera bélica.
No tengo interés en polarizar mi identidad a
tal punto de no poder ver al otro. Aunque a veces me poseo por el odio, me poseo
y quiero que aquel que habla trague sus palabras como cuchillas que se clavan
en cada contracción esofágica.
A veces no puedo negar que la prosperidad en
la existencia del otro me fastidia y me envenena.
Como si mis propias ideas fueran bombardeadas,
y su castillo se desmoronara junto a los gritos que intentan hacer reinar su
razón solo por elevar su voz, por confiarle rigurosidad a la vibración de un
sonido.