miércoles, 19 de septiembre de 2012

Convseración

O: Hola.
G: Hola, ah, ¿Qué hacés?
O:  Bien, te llamé hace unos días, tu vieja me dijo que habías salido de viaje, de fin de semana. ¿Como estás?
G: Bien, vos?
O: Bien… Tenía ganas de hablar con vos.
G: Ah.. mirá.
O: Bueno, veo que vos no muchas.
G: si, me da bastante igual.
O: Cómo todo? Todo te da igual? Hace mucho que no hablámos. No sé que sentís ahora con respecto a las cosas en general.
G: No, no todo me da igual.
O: Entiendo, entonces quizás me tengo que sentir herida, o más bien rechazada.
G: y bueno, uno elije como sentirse. Es tu decisión al fin y al cabo.
O: Si, tenés razón. Ves? Por esas respuestas, es que tenía ganas de volver a hablarte.
G: Me alegro que te sirva.
O: ¿De verdad te alegráss de que algo me sirva?
G: No, es ironía, las cosas que me alegran, suelen ser muy especiales, esenciales y ocurren con poca frecuencia
O: Me imaginé. ¿Y por qué hablar con ironía? ¿Cuál es el sentido?
G: ¿Y porque tiene que tener sentido? Y de hecho en este caso si lo tiene, y es que, es más fácil.
O: No estoy de acuerdo, creo que la verdad siempre es más fácil, la verdad, es más fiel a la memoria, es menos probable confundirse.
G: No me importa confundirme, me importa no estresarme. Y la verdad estresa, porque la gente se estresa con la verdad, con lo que no le gusta, y eso, sinceramente, no me lo banco.
O: Sin embargo, creo que por momentos, sos una de las personas más sinceras y frontales que conozco.. y la gente debe estresarse mucho con vos.
G: y si, porque no pienso reaccionar de un modo unilateral. ( silencio, como de pesadez, de estar esperando terminar)
O: Che, bueno, no quiero caer en convencionalismos y en marcos de preguntas, necesarios para empezar una conversación de dos amigas, o ex amigas ( me atajo, me dan escalofríos sus prejuicios y su falta de entusiasmo por iniciar la charla) pero a veces son males necesarios, o vigas ásperas necesarias, para cruzar al otro lado.
G: A qué lado debemos cruzar?
O: Al del contacto, al de la unión, te conozco y aunque parezcas hostil y desinteresada, sé que es sólo una coraza, filamentos venenosos de una personalidad que se defiende, por rencores, por orgullos, bastante estúpidos. Yo sé que todos quieren el contacto. Y más vos conmigo, que hablamos un lenguaje verdaderamente interactuable, fluído. Me animaría a decir ‘real’.
G: ¡Uh! jaja, habló la sagitario sabelotodo.
O: qué bueno que sepas  de astrología, no sabés la paz que me da. Es como encontrar un ser humano en Andrómeda.
G: Bueno, pero no tenés razón igual. No estoy esperando ningún contacto.
O: Estoy pensando que de eso que decís, podríamos hablar muchísimas cosas. Pero estoy desactualizada en cuánto a tus creencias. Hace más de un año que no hablamos. Creo que te llame en el 2011, a fines, yo estaba por cumplir años.. y.. no sé.. en más de un año, creo que debes haber abordado una visión muy distinta de todo esto que nos  rodea, del existir, de la naturaleza misteriosa en la que estamos presos, caidos, abandonados.
G: Por lo menos yo, estoy viendo que vos, encontraste a la poesía, ¿resultó?
O: Si, ves bien. Hasta ahora es la religión más real.. porque sale de mi, lo único que puedo constatar.
G: Wow, ¿te constataste?
O: No, gracias por corregirme. Entonces la poesía es el rezo que más me ayuda a intentar encontrar ese idilio de constatarse.
G: Yo me sentiría como un remador, que hace fuerza con los remos, sobre un bote amarrado a un poste.
O: Si, así me siento. Y vos…¿no te sentís así?
G: No, porque no pienso.
O: Ah, si, había pensado en la opción de no pensar.. de hecho opté por ella durante mucho tiempo.. pero me pareció desleal. Igual no te creo en eso que decís que no pensás.
G: ¿Y desleal a quién?
O: A mi misma.
G: ¿ A vos misma? ¿A ese anónimo imposible de constatar? Es absurdo.
O: Bueno es cierto, al final es cierto, uno es leal a la ilusión que quiere crear, que quiere mantener, para poder ir moldeando el mundo en el que quiere vivir.
G: Pero entonces vivís en un engaño.
O: Si, ¿y quién no?
G: No, obvio, todos. Pero algunos se hacen cargo y no tiene que gastar tanta chachara en discursos de lealtad y moral. Y por eso, elijen no pensar.
O: Bueno, igual no creo que la existencia este completamente desprovista de leyes. Estas cuestiones metafísicas de causa y efecto, me parece bastante fiables.
G: incluso, en la voracidad del caos?
O: Wah, me sorprende que menciones al caos.
G: ¿ Por qué?
O: Porque es mi pesadilla desde hace unos cuantos meses. La astilla en mi conciencia.
G: ¿Por?
O: Mmm, si me preguntás eso es porque no entendiste bien al caos.
G: Si me decís eso, es porque vos no lo entendiste bien.
O: Bueno, ninguna lo entendió bien, porque es inentendible.
G: Si, por supuesto. Entonces podríamos dejar de tatuarnos enfermedades psíquicas innecesarias y echarnos a existir en ilusiones menos complejas, ¿no?
O: Vos sos de Virgo, pensé que te gustaban los laberintos.
G: la palabra no es gustar. Es cierto que he habitado mucho tiempo en ellos, por eso me cansé.
O: Dios bendiga el don de elegir, el don de optar. De dirigir la vida hacia donde la voluntad quiera.
G: Mejor no abramos el debate de la voluntad posible o imposible.
O: No, mejor no… ( suspiros de resignación intrínsecos) ¿Qué onda tus aspectos más terrenales? ¿Seguís estudiando Medicina? Siempre me sorprendió tu capacidad memorística y asociativa, y la combinación con tu sensibilidad y tu entrega, son algo que no había visto antes. Creo que por eso, te sigo llamando, a pesar de bancar esta atmósfera de desagrado. ¿Por qué me tenés bronca?
G: ¿Te respondo lo de medicina?
O: Bueno, dale.
G: Si, sigo. Soy la mejor de mi clase.
O: No me extraña.
G: Igual no sé hasta cuándo, ya me tiene un poco cansada. Se gastó la magia, el truco quedo al descubierto.
O: Mmmm, entiendo, nada peor que descubrirle el truco al mago.¿ Pero eso no pasa siempre con todo al final? Anicca, ley universal.
G: Si, pero parece que algunas frecuencias son más beneficiosas que otras. Algunas cosas tardan más en desvencijarse. Y el tiempo pasa tan lento, que ni parecen darse  cuenta.
O: Estaba pensando que no pasa  eso con el sexo. Quizás es la naturaleza más real del ser humano. La gente no le puede descubrir el truco al orgasmo, por eso, tienen 90 años, y quieren seguir cogiendo.
G: Si, aunque tienen que cambiar de truco, tienen que cambiar de humano.
O: Si, pero el campo de humanos para experimentar es infinito en perspectiva con lo posible, jamás vas a cogerte 7 mil millones de personas en una sola vida. Y sin incluir los a zoofílicos y demás parafilias. Así que nunca se te va a gastar el entusiasmo.
G: Sin embargo a algunos se les gasta.
O: A una minoría
G: Caí en esa minoria
O: Ah, yo también. Por eso estamos teniendo esta charla. Pero, no sería bueno recuperarlo?
G: Quizás.
O: Bueno me arrepiento de la teoría del sexo como santo grial. En verdad somos muchos los que hemos perdido el entusiasmo.
G: ¿Y por qué crees que lo perdiste?
O: No sé, ¿por traumas? ¿Por culpas?
G: No sé, yo te pregunté a vos.
O: Y vos, ¿por qué lo perdiste?
G: Eso no importa.
O: Si importa, dale, quizás podamos desanudar algo.
G: No.
O: Bueno.. tampoco me dijiste en que tenías la Luna. Qué caso raro sos eh. ¿También era revelar mucho la intimidad? Qué lástima que no recuerdo tu fecha de nacimiento.
G: Bueno, tengo que dejarte ahora. Después hablamos.
O: Uy bueno dale, qué estés bien, ¿pasará otro año sin hablar?
G: No sé, ya veremos.
O: Bueno dale, no te olvides que existe la muerte, lo imprevisto. Besos.
G: No, un beso, chau.
O: Chau chau.



martes, 18 de septiembre de 2012

la jalea que quemó el nido

mi vida se astilló en incertidumbre
los días están coronados de una jalea de extrañeza
y llueve ese espesor
y se esparcen esas presencias
esa necesidad de ir a no sé dónde
de explotar y colonizar
tierras ajenas, tierras inexistentes
mamá, no ves que me volví loca?
la cría devoró el nido que puntillosamente calefaccionaste
con pajas de sueños, mandatos de la luna
se convirtió en una fiera insastifecha
en una alimaña que cuestiona la frialdad de la noche
de la que vos siempre te cubriste y dormiste
mamá, yo sé que sufrís esta distancia
difícil de entender
y también sé que intuís
el universo que nos separa
y ese universo infinito
no es más que el pliegue entre vos y yo
la desembocadura de nuestro encuentro
soy la gemación de tus intenciones
el brote que creció de las tierras
a las que les acercaste el oasis
la naturaleza es un lugar extraño
la existencia es un ente sorpresivo
que va deglutiendo lentamente tus ojos
hasta que estás tan ciego, que ya no querés cuestionártelo
hasta que estás tan ardido y dolorido
que sólo pensas en ponerte barro en la herida
de ese barro huí
y así llegué a un desierto
cabalgando infiernos
incendiando deseos
incendiándome
no ves que soy tu propio impulso?
no ves que soy la flecha que lanzó tu arco?
te olvidaste
y está bien
así funciona todo este show nepente
esta sensacion del ser partido
pero evitá preocuparte
entregate plácidamente a la muerte
mientras yo voy dejando huellas calientes
en este piso del vacío congelado
que pide a eros, que pide olimpos
pueblos de símbolos que tiñan al sincolor
gestos y sonidos, cuerpos
servir en el banquete de la incomprensión
es nuestra mejor opción.

martes, 11 de septiembre de 2012

La plaza

Una de las cosas que más tristeza me provoca, entre las sensaciones posibles del mundo real, de la existencia en su extensión de vigilia, son las plazas. Las plazas durante la tarde, durante un bello día de sol. Me refiero a esas plazas que tienen un abanico múltiple de juegos para niños, pintados de diversos colores, con esmaltados que hacen que  brillen aún más bajo la luz del día. Los caminos están tapizados con conchillas de mar, traídas desde kilómetros de distancia, especialmente para no romper la tradición de las plazas clásicas, con suelo de conchillas. No hay nada peor que ser un niño y pisar esos pedazos de caparazón marino. Se te filtra entre las medias y se clavan en tus pies, y si por descender de algún juego, y en el descuido de la libido caótica de la infancia, caes con las manos al suelo, lamentarás que esté eso allí. El ruido de las hamacas, el ruido de los ‘chanchos’ esos tanques de metal amarrados con cadenas a cuatro palos, que simulaba una diversión extraña, la cuál sólo podías creer durante escasos minutos mientras estabas arriba de él, con las piernas abiertas hasta hacerte doler y dudar de su funcionalidad. Finalmente  descubrías con inocencia que ese juego era un fraude, en el cuál habías caído por culpa del frenesí inicial, que demandaba que encontraras complacencia para tu excesiva alteración física y psíquica de recién encarnado. Todavía eras un eco cercano a esa descarga eléctrica de deseo, que te había convocado a este mundo.
 Algunas plazas además, pueden tener de esas calesitas musicales, que uno ya puede intuir desde lejos su presencia en ese lugar, por la expulsión de un sonido de baja calidad, astillado, y canciones de décadas de antigüedad, que no hacen más que darle un toque retro a la situación, lo cuál puede conducirte aún más profundo, a los recuerdos de tu propia infancia, a una sensación de pastosa confusión y pena. Y justamente ahí está el problema, en mi infancia. Recuerdo mis tardes en las plazas. Esas tardes obligadas cumpliendo con las tareas de la niñez. El esfuerzo de los padres, empujando a sus hijos por el sendero de su posible felicidad, de la probabilidad de su felicidad en esos ámbitos. Pero en mi caso no fue sólo un intento de mis padres por brindarme un espacio en donde la semilla de mi vida pudiera brotar y alzar frutos de alegría; fue un acoso, una asfixia, un calvario hermético. Un intento obsesivo y desesperado, por darme lo que no me correspondía. Un intentar gestar una esencia, una individualidad, que ya estaba gestada, y que sólo necesitaba ser escuchada, en sus gustos, en su originalidad. Claro que eso jamás sucedió, entonces no tuve más opción que empacharme con un banquete de sabores desagradables, agrios y nauseabundos, cuyos demás comensales, colegas de mi tiempo, parecían disfrutar con un desdén por mi incomprensible.
No eran sólo las plazas el problema, en verdad, podía ser cualquier ámbito al aire libre, en donde los niños hacían desfilar sus juegos, entre gritos y espontaneidades violentas. Tengo el claro recuerdo de percibir como el contacto con el aire fresco y el sol, daba a los niños una lejanía con la empatía del diálogo y la camaradería verbal. Se ponían locos. Se salían de sus identidades rutinarias y certeras. Qué a pesar de ser indescifrables y posiblemente impenetrables por mi capacidad vincular, me daba más seguridad el poder al menos saber de antemano, con que expresividad me encontraría y como encontraría yo, con delicadeza y temor, una respuesta para encausarme en su proceder. Pero en estas situaciones, quedaba yo completamente desconcertada. Hasta aquellos niños, que podían ser mis amigos, ya no lo eran cuando frecuentaban estas condiciones de tiempo y espacio. Entraba yo en una receptividad a ese infierno por mi imaginado, en el que no podía evitar retraerme y responder de un modo autómata y mecánico, por justamente, tener toda la atención, todo mi foco y mis raíces emocionales, en un suelo de terror y angustia inexplicables. Aún así, rígida como una madera vieja y seca, me desplazaba a intentar establecer un vínculo. Sólo pensar en tener que hacer semejante esfuerzo, me hacía sentir todo el costoso trabajo y sacrificio que era en verdad la vida, que era poder conectarse y comunicarse, jugar con otro. Era un concepto un poco extraño todo este sentir interior que humedecía mis percepciones, teniendo como contraste, la dicha y el disfrute que resplandecía en los otros cuerpos, que yo consideraba como mis semejantes. Yo no entendía en absoluto la naturaleza de ese mundo. Pero estaba aislada con mis añoranzas de inercia, en una soledad, cuyo hermetismo tenía que ser capaz de romper. No tenía otra cosa que hacer. Debía intentarlo. El río fluía y se alejaba, mientras yo quedaba en las orillas, como un perro viejo y friolento, que no se anima a nadar. Entonces intentaba sumergirme dando los primeros pasos en esa agua helada y misteriosa, cuando al ver acercarse la primera ola, me retraía y volvía a mi situación inicial. El funcionamiento de todo ese sistema de interacciones era tan extraño. Me sentía como la pieza de un reloj armado, que intenta meterse a presión, en un reloj que ya tiene todas las piezas que necesita para funcionar correctamente. Yo era esa pieza inútil e innecesaria, relegada a la condición de desechable. Y lo sentía con profundidad e intensidad, con la certeza y sinceridad propias de la infancia. Pero en verdad, no había agotado todos mis recursos para seguir existiendo, antes de que la angustia, esa sensación que empezaba a coronar mi vida desde que se  volvió mercurial y venusina, me sustrajera para siempre y me negara los momentos dichosos y placenteros que también había conocido y de los cuáles me había creído dueña. Quedaba mi madre. Quedaba volver con ella. Esa imagen era lo único que podía sacarme de todo este pasillo de oscuridad y miseria en el que me había perdido bajo el sol de la tarde y las risas, mantras irracionales del horror, que entonaban los niños. Mi madre estaba allí, en alguna reunión con las otras madres, bajo un árbol, disfrutando un picnic y una amistosa charla. Pensar en ella era un derrame de una pasta refrescante y cremosa, que brotaba de los recovecos de mi amor insondable, imponderable, de inigualable dulzor. Si traía su imagen a mi mente, era imposible no desear estar inmediatamente con ella, teletransportarme a la comodidad de sus brazos, al disfrute del roce aromático de su cabello, a la ternura que me arroparía de la incomprensión del mundo y me apaciguaría con el calor de su sangre. El labor de ser mi madre no caía de la categoría de ser una misión divina, y yo lo intuía con totalidad naturalidad y confianza. Yo sabía que era inquebrantable su amor por mí. Yo sabía que podía arrojarme en su abismo, y que encontraría  una cueva eterna de amor y cuidados, de parsimonias de ternura y afecto. Cueva cuyas paredes aterciopeladas, púrpuras y rosas, me sonreirían al compás de la melodía de su voz, un suave néctar que limpiaba las asperezas que había acumulado durante el día, en la crudeza del mundo exterior, del mundo que yo empezaba a experimentar, que no era sólo ella y yo. Sucesivo a sentir toda esta belleza y seguridad  de la existencia de un algo mejor, de un algo verdaderamente exquisito, bondadoso y reconfortante, que como un efluvio me hacía disipar en un burbujear de tranquilidad, la burbuja se rompía y estropeaban mis frágiles y débiles sensaciones contra la pared de la realidad, fría e insistente como un metal. No podía soportarlo, la tristeza de mi deseo de retornar con ella era tan grande, que ya había roto la posibilidad de seguir tolerando todo este intento frustrado de acomodarme en esa maquinaria de arlquines dementes. Ya no podía, aunque sabía que debía. Sabía que mi madre, al verme retornar a ella, iba a sentirse frustrada por mi inadaptación social. Sabía que iban a venir futuros sermones, porque ya lo había experimentado muchísimas veces antes, cuando aún era un bebé, y podían tolerar, que quisiera volver a los brazos de mi madre. Pero ya era una niña grande, ya tenía cuatro o cinco años, y estaba muy atenta a lo que eso significaba en cuánto a responsabilidades, en cuanto a la madurez, al correcto proceder con mi propio crecimiento. Yo sabía que estaba rompiendo con mis mandatos de ser humano pequeño, en camino a la normalidad, en camino a instaurar una bandera de logro, que luego flameara en un destino brillante. Sentía dos caudales de sensaciones que aletargaban mi decisión, que en verdad, por su carácter de incendio y dolor agudo, ya no podía seguir extendiéndose más en el tiempo. En primer lugar, quería evitarle el dolor a mi madre, que tenía esos anhelos de normalidad para su hija. Pensar en que no podía ser quien ella quería yo fuera, me llenaba de compasión, por su dolor, por el desmerecido fracaso del que yo la haría ganadora. En segundo lugar no quería enfrentar su enojo inexorable. Era inevitable que se enfureciera y que me recriminara el por qué de mi retraimiento. Yo no quería dar explicaciones de ese tipo. ¿Cómo podía explicar una niña de esa edad, la complejidad de sus emociones? ¿Cómo podía encontrar palabras para un caudal tan enorme de un océano de terror y dudas, que decantaban mi propia naturaleza extraña, solamente  vivida, pero aún inexplorada en su profundidad y origen? Tenía miedo, porque vendría un posterior regaño, severo, y un comunicado a mi padre, que menos entendía de estas cosas, y que menos estaba interesado en ellas. El regaño vendría lejos de la gente, ya fuera de la plaza. Quizás cuando viajáramos en el auto, sin antes no pasar por el doloroso silencio y la expresión rígida en su cara,  gestos que destilaban tintes opacos y  sutiles venenos, que yo respiraba en una atmósfera densa, como llena de murmullos pesados pero silenciosos, aguijoneantes. Especialmente porque me negaría su amor, y que yo no encontraría las palabras para expresarle, cuánto lo necesitaba en ese momento.
Aun así, tras consideraras las inseparables contras de la decisión. La voluntad se quiebra como un icberg estruendoso, cuyo destino de desprendimiento está escrito. Me voy flotando, sin dar anuncio de mi determinación, y acelerando mi marcha mientras mi meditación se centra en la tierra, y en mis zapatillas blancas, limpiadas con un trapo por mamá antes de salir. Siento el cosquilleo del llanto en los oídos, el aturdimiento de la presión del mundo, que me expulsa de él en mi dolor. Encierro mis lágrimas, no quiero que mamá vea que soy débil, que volví porque no lo soporté más. Quiero fingir fuerza de espíritu, quiero hacer parecer que vuelvo con ella por una simple cuestión natural, que nada tiene que ver, con el arribo de un abismo antisocial. Mientras me voy acercando y saco mi mirada del suelo, al levantarla, la veo charlando, con la típica sonrisa en su rostro, con su esplendor y belleza. Es tan distinta a mi, es tan fuerte. Es mi complemento, es mi concepción de la perfección del otro. No necesito nada más, ni a nadie más que a ella, para levitar en los altares de la felicidad. Todavía no me ve, pero apenas me acerco unos metros más, me apunta con su mirada, y su corazón intuye el trasfondo de mi regreso. No puedo negárselo, ella lo sabe, aún así, intentaré poder hacerle creer esta vez, que nada malo está pasando. La miro y le sonrío con el nerviosismo de una hoja seca en el viento de sus emociones, mientras que sosteniendo uno de esos vasitos de plástico, me sirvo gaseosa, como para inventar un motivo más sano para justificar mi retorno. Pero con el vasito de plástico blanco ya en mis manos, bebo algunos sorbos, y ese sabor helado y azucarado, me recuerda que estoy en tierra firme. Y que ya nada, ni el enojo de mamá, me hará volver a vibrar en aquel infierno de desamor. Me siento protegida, todos los temblores y cristales de ardor y decepción, que sondeaban mi cuerpo, se desvanecen, se esfuman con el calor que desprende mi refugio. Estoy acurrucada de vuelta en mi mejor sueño, y aunque tendré que soportar regaños, ya no padeceré lo que he padecido con los otros niños, que es lo verdaderamente más atormentante, que hasta ahora he conocido. Me siento al lado de mamá, y ella me pregunta en voz baja, qué pasa, si todo está bien. Pero la entonación de su pregunta, enmascara que en verdad ya sabe la respuesta. Las otras madres me miran, y me juzgan por la conducta descolocada. Yo sé que me están juzgando, yo sé que no me comprenden. Tengo cuatro años, pero intuyo sus gestos, y siento desilusión por la hipocresía que enmarcan sus bocas, que con una sonrisa vidriada, intentan velar la verdadera naturaleza insensible de sus pensamientos.
Me quedo en silencio a su lado, y percibo el silencio que decidido arrojarme, como un balde pétalos viejos, morados y ya inservibles. Siento todo lo que siente. Hay una transferencia emocional, cuya reminiscencia de comunión uterina, sigue estando. Mientras que en una leve e inquietante sospecha intuyo, que no durará mucho más. No si tengo que volver a enfrentarme a estos encuentros maquiavélicos, que sé que volveré a enfrentar. Pasan los minutos y las madres empiezan a levantarse, a dispersar un poco el encuentro, mientras fingen acomodar cosas o ir a buscar algo a sus autos. Excusas que no puedo evitar percibir, tras haber notado ya desde antes, el aburrimiento que empezaban a experimentar por esas pláticas rancias e insustanciales. En ese alboroto, mamá ya no puede resistirse, y aprovecha la situación, para romper la barrera de hielo que ha montado, e intenta infiltrarse en mi, como un cálido aire que sabe que necesito y anhelo. Y que ella también anhela y que también necesita. Me ofrece más bebida y me dice que ya sería buenos que nos vayamos yendo a casa. Mi expresión de gratitud hacia los cielos por su clemencia, es tan grande, que debo resguardarla, profundamente, para no dejar las evidencias, de todo mi pasado traumático en esa plaza. Es el secreto de mis entrañas, que debo proteger y vencer alguna vez, para que ella no vea alterada sus días, con el cascabel de mis noches eternas e inentendibles. Saludamos a las mamás y decidimos no ir a saludar a los niños, por una cuestión de comodidad geográfica. Nos vamos por un camino de tierra entre árboles añejos, que despiden los aromas del triunfo de la cueva, las piñas en el suelo, son mis trofeos, son manchas de belleza y alegría. Mamá, decide no castigarme con esas amonestaciones morales y que a veces cree necesaria, y me devuelve la licencia de la sagrada comunión lunar con ella. Me dice que hace calor, y que si quiero ir a la heladería. Con una sonrisa que traza en su rostro, todas sus intenciones de cariño y perpetuo amor por mi.

sábado, 8 de septiembre de 2012

la cueva

se enterró el tractor
no lo pudieron sacar
se perdieron mis campos
mis esperanzas color amarillo
se perdieron mis cuadros pintados
mis súplicas llenas de sonidos 
volvió mi no saber que hacer
volvió la legión oscura de la incertidumbre
volvió el preguntar:
¿qué hago acá?
volvieron esas malas costumbres de dudar
la duda, lanza que desafía a los dioses
volvió el desamor, el desamparo
volvió la mala sensación de deambular
¿deambular por dónde?
cueva de diamantes no descubiertos
vas a explotar 
vas a dejar de ser una cueva de diamantes no descubiertos
tu nostalgia se va a pulverizar
va a quedar como un anillo puesto en un dedo del infinito universo
dedo cortado por milenios y épocas de locura
compromiso de amor firmado en las estrellas
estrellas que se van a pulverizar
quedarán como ojos ciegos que iluminan
ojos que no ven pero son mirados
¿así vas a quedar?
la nada que se confirma con el todo
me empaña y me engaña
isla secreta en el intersticio de mi padre y mi madre
me congelo y me quiebro
y dejo de ser.


lunes, 3 de septiembre de 2012

La memoria se olvida

Caminando por las calles en la ciudad. Estampidas de extraños relatos, ruidosos. Se me presentan como patrones extraviados en la inmensa soledad de la inidividualidad. Y yo no safo.
Soy como un arroyo encapsulado que intenta filtrarse en el frondoso río, que intenta seguir la velocidad de su corriente. 
Voy en el anonimato. Soy una horda anónima de existencia. Una sensación cambiante que nunca se agota.
Sigo en la certeza del instinto y en la incertidumbre de la razón. Entre esas dos zanjas  encuentro un camino. Entre oscilaciones dramáticas voy diversificándome, ramificándome en la Ausencia de mi misma que me  rodea.
Encuentro alianza en las promesas de afecto que brotan como llaves que abren las puertas de mi rincones oscuros. 
No escucho más que a mis propias nostalgias. Sembrando Nostalgias. Vivir en esta dimensión del tiempo es sembrar nostalgia. Todo es un recuerdo no vivido. Un recuerdo en potencia, un recuerdo en potencia. 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Soy un eco


Acomodada en la superstición de ser
voy mirando y soy mirada por todo lo que rechazo
Rechazo bendito, estrategia del caos
sólo así puedo ser yo
Mis límites me felicitan
Celebran el último nudo que ahorca un camino
Lineas trazadas por manos encantadas
me buscaron en la Nada
Valientes, entraron allí y se entregaron
dejaron de ser para dejarme ser
Son mis padres ese eco que ahora es carne y voz
Ese eco desperdigado soy yo
Viajera incansable
soy expansión
Soy la hoja  amante del sol
cuyas raíces, tronco, tierra y otras hojas ha olvidado
Olvido, origen de la mente tornadiza
La duda ignorada entre quien era y quien soy
Mi destino crece al ritmo de tu traición
Tambor eterno, choque de luces de otro tiempo
Eje confundido, aplastado por el silencio
Tienes miedo de crear
Tienes miedo de perderte tu también por encontrar a alguien más?
Pero como podrías conocer al amor si no te pierdes?
No ves ese amor?, timón manejando por las manos del viento insaciable
Ese amor insondable e impenetrable como tu propio miedo
Miedo a ti misma
Miedo a tu abismo
Miedo a tu caída
Miedo a ser respondida cuando preguntas:
 En dónde termina el vacío?
Miedo a que la respuesta sea:
"En ti misma"
No hay respuesta complaciente para la razón
Juega en la osadía de tu corazón
Arriesgate a pararte tras tu espalda con los ojos vendados
Búscate en los  contornos del vengador negado
Está enojado porque no lo has escuchado
Convierte la cascada de plomo en cascada de plumas
De todos modos, no podrás escapar de la rueda de la fortuna
Por qué no clavas hoy tu hacha y quiebras la necedad de tu destino?
La eternidad es tuya cuando Dios se sienta en tu trono
Dios valiente, te has encerrado en mi misma
¿acaso para aprender a amarme?
¿No te daría miedo, todopoderoso, aprender en cambio a despreciarme?
¡Pero lo olvidaba otra vez!
Tú te decantas en el río de la creación
agua que sin espanto recorre cielo y subterráneo
Amante del mareo de los sueños eternos
Te venero en mis aspiraciones de propagación
Entonaciones de cristal con rumbo a su propio ocaso
Se oculta el infinito en los pliegues del tiempo invisible
Y tú, criatura bailarina en los versos de tu acorde
que suena como el murmullo en una fiesta de planetas
Ya no te preocupes por sus órbitas
Ya no te impacientes por sus demoras implacables
Se ha clavado la espada y con ella el gritó de la verdad
Riego de su voz, me despojo de mi misma y te anuncio:
Estás destinada a amar, porque en ti ya está escrito tu final.