miércoles, 3 de agosto de 2011

El lustre de la sombra.


La tentación de encontrarse en todas las cosas, de no mirar hacia adentro, de perderse en detalles que entretienen.
El cetro de algún reino interno que esgrime a la culpa para atemorizarte por tu desleal accionar.
Cascadas de mundos ambiciosos intentan adueñarse del poco aire que hay para destruirte un poco más
La fuerza de la decisión que se enfrenta a la fuerza de la duda.
Las creaciones artísticas que se encienden en las chispas de aquellas fricciones.
Todas ellas en una danza que se derrite en su eternidad.
Extrañas calles que dejan ver las luces que se asoman de esas ventanas en apartamentos inmigrados.
Esos están cargados de sensaciones que no concluyen, que coronan la noche, que condenan al día.
Lo indefinido pare crías buscando una definición, y lo caótico parece tomar forma en la extensión.
Las promesas que nos deja ver el futuro, las nostalgias que nos esconde el pasado.
La memoria se enfurece contra las construcciones sólidas de lo sucedido.
Ferviente enemiga de los detalles nos trae un plato de pura esencia cálida y deseable.
Y yo que desconfío por su ingratitud,
invento funestas historias que nunca sucedieron, solo para contrariarla.
Por eso que en toda esta ambición desmedida e incurable,
yo encuentro a mi sol en aquella estrella que con su lejano brillo,
me repite en un constante centelleo lo dramático de las historias pasadas,
de esas mujeres que como yo, deseamos sentir al sol en el lustre de la sombra.

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